*Insertar música navideña de fondo, y Dael tarareando alegremente*

Ando en una investigación rigurosa sobre... personajes de cómics. Tooodo positivismo y amor, hasta que me llama mi encantadora madre a recordarme que tengo que audarla a conseguir una nueva línea telefónica. ¿Y ahora yo qué hago, metida aquí todo el día? Seguro ella se imaginará que yo la engaño, y que en cuanto salgo de casa me dedico a pasear por la ciudad alegremente, lalalala, así que tendré tiempo de sobra para ir a hacer cola a Pacifictel.

Grrrrr.

Lo peor es que, como dice aquí una compañerita, yo no logro enojarme el nivel ni el tiempo necesario para que me hagan caso. Me quejaré, haré puchero, pero para lo que me sirve. También, es que enojarme demasiado nunca me ha solucionado nada, si no todo lo contrario, así que se ahorra tiempo y bilis buscando el remedio una misma.

Mi padre estaría orgulloso de oírme hablar así. Lástima que no le daré el gusto.

Mis planes para entrar en el vestido para esa bendita ceremonia van al traste. ¿Por qué es que, cuando estás empeñada en hacer dieta y blablabla, se te aparece la gente con chocolate, te invita un helado, o come hamburguesas con queso extra delante tuyo? ¿Y por qué es cuando entonces más me place hablar y escribir de comida, originando que a media mañana esté pensando ya en el almuerzo? No, si ser masoca era la única flor que le faltaba al ramo.

Por cierto, léanse la columna de Roberto Aguilar. No siempre estoy de acuerdo con lo que dice, pero me encanta cómo lo dice. Ya es algo.