Almuerzo en familia

Mi madre hoy estaba de lo más cariñosa, al menos así me lo pareció esta mañana cuando me llamó y me invitó a comer. El caso es que me dio curiosidad ver a qué se debía tanta maravilla, y fui. Casi me arrepiento cuando me ví parada en plena Domingo Comín con el sol que me achicharraba y el bus que no pasaba.

Pero llegué, comí =9 y vencí. Y también me reí bastante. Mi perro está medio achacado, le han dado remedio para los parásitos y ahora se la pasa cabizbajo y no quiere comer. Eso para él, que es la versión canina del demonio de Tasmania, es preocupante, y en dos o tres días se ha puesto flaco.

Mi señora mamá, que confiesa abiertamente su aversión por nuestras mascotas ?tenemos tres gatos a falta de uno-, estaba dando órdenes de que alimentaran a ?ese pobre animal, que lo tienen aquí y no lo cuidan como es debido?. Le preparó un batido de leche y avena, acompañado sus galletas favoritas, pero el perro nada que nada.

Cuando me iba, mis hermanos y mi mamá perseguían a Duncan por todo el jardín con un tazón de avena, una cuchara y un montón de galletitas, haciendo un escándalo como para llamar a Más Seguridad, si no fuera porque eso solo empeoraría la situación.

No culpo al perro, detesto la avena a menos que sea esa con yogur y frutas que vende el Oro Verde. El pobre piensa que cada vez que se le acercan con una cuchara es para darle su medicina, y como es bruto pero no tanto, no se dejó engañar por las galletas y cerró bien la boca. Por lo que ví, hasta ha aprendido a escupir.

Seguía haciendo sol, me hubiera gustado quedarme a disfrutar de la película, pero bueno, no se puede todo lo que se quiere. Hay ocasiones en que mi familia es mucho más agradable cuando no me presta tanta atención y puedo dedicarme a observarlos. Hay ocasiones en que hasta se llevan bien sin que yo le haga de Gandhi. Es grandioso cuando eso sucede.




No es Duncan, pero se le parece... quítenle un par de neuronas, toda la elegancia y ese es mi perro.