Hambre
Es inevitable. ¿Se acuerdan de la minga que dejó mi puesto organizado y reluciente? Eso es historia. Otra vez me rodean papeles como para indicarme que buena parte de la deforestación puede estar siendo mi culpa.
Mientras tanto, me doy un respiro (ya llevo media hora respirando, jeje) e imitando a Tántalo. Me acuerdo que le hizo alguna maldad a su hijo (ah ya, sí, lo mató y lo cocinó para dárselo de comer a los dioses). Zeus y compañía se dieron cuenta de que la cena era más que exótica, y el castigo consistió en que Tántalo viviera, famélico, al pie de un árbol que era la versión antigua de la ensalada de frutas. Cuando intentaba alcanzar una manzanita o una pera, descubría que por más que se estirara y trepara, no podía alcanzarlas. Bien merecido por mal padre. Pues bien, será que la dragona se ha quejado de mí (no, no la he hecho estofado para brindársela a nadie), porque estoy en las mismas. Acá me han prometido que vamos a comer pizza, y me tienen esperando. Ya tengo el buzón lleno de mensajes de que en cinco minutos salimos. Cinco minutos multiplicados por seis, por siete, por ocho.
O también puede tratarse de simple retribución a mi negligencia. Esto de posponer las cosas hasta el último momento tiene su encanto. Al que no le va a encantar es a mi jefe, claro está, pero qué se le va a hacer si la belleza está en el ojo del que mira. El ente no da señales de vida, eso tiene su lado bueno (quiero decir, ¡no da señales de vida!) y su lado malo (quién sabe cómo irá mi cierre). Estoy muy confiada en que anda enfrascado en esas páginas. (Sí tú, y los troyanos creían que eran pilas porque le estaban robando el caballito a los dioses.)
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