Brecha

Me han sacado sangre. Y me duele. Esta vez ya no reaccioné riéndome, no estaba el doctor de siempre, y la mujer esta del laboratorio se portó bien brusca.

Sin mi mano derecha no soy nada.

Bueno, soy una mujer que teclea con la izquierda, pero eso es bastante patético. Y lento.


Anoche estoy viendo un video de Coldplay, y mi mamá entra y se sienta a mi lado. Mira alternativamente a mí y a la pantalla, donde Chris Martin ya mismito y se va de oreja por estar dando saltos. Creo que la pobre hasta se sabe un par de canciones. ¿será que las pongo muy seguido? Y me pregunta, ¿pero es que siempre canta lo mismo? ¿Qué, no come ese hombre? ¡Qué flaco! ¡Qué pálido! ¿No puede cantar sin brincar de aquí para allá?

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Gokú dice que es la brecha generacional. Yo creo que era mi madre divirtiéndose a costillas mías. La brecha no es tanto de épocas distintas como de personalidades distintas. Ahí nos aguantamos porque somos las dos únicas mujeres en esa casa, los dos únicos seres con sensatez suficiente para saber que no solo de fútbol y cocacola vivirá el hombre.

Claro que hay cosas que seguimos sin entender. Como cuando es capaz de dar vueltas horas y horas buscando algo que quiere, aunque haya mil y un productos similares alrededor, incansable ella, mientras yo suplico misericordia, ya rindámonos, mamá, el modelo XL743 no existe. Como cuando me dice que quién diría que a mi edad seguiría viendo monos chinos, o cuando me preguntaba, de menor, si pensaba subsistir a base de letritas.

Llegado este punto, yo aún sentada en mi cama, junto a mi madre que mira con desdén al Martin, me sonrío y me aguanto las ganas de decir: Eh, madre, ¿sabías que conseguí que me paguen por las letritas? Pero me aguanto porque soy un espíritu bondadoso, -o tal vez porque sé que a veces ella encuentra su modelo XL743, colores a escoger, y está tan contenta que ni se acuerda de poner cara de suficiencia-.