Síndrome de normalidad
Antes que todo... Feliz cumpleaños a la señorita que visita y raya pero no se pone un blog: Fufura. (Y no, no te librarás, te caeremos.)
Siempre lo diré. Llegar temprano a la casa es todo un acontecimiento. Se tiene tiempo para leer, para ver la tele, para conversar con el hermano, para comer con la familia... Hasta para entablar diálogo con el techo.
Ayer, como nunca, me esperaban buenas noticias por partida doble. Primero, que al fin mi familia en pleno se puso de acuerdo para cierto proyecto -y sin dramas de por medio, que es lo que a mí me importa-, y segundo, que me dijeran que mi salud ha mejorado. Bastante. Ese papel sí lo voy a pegar en el corcho. Woohoo.
Un momento.
Verán, uno se acostumbra a que la imperfección es normal en esta vida, y entonces espera que en cada promoción apliquen restricciones. Como es normal, ¿verdad Murphy? De modo que, cuando la piedra que te golpea es lisa, redonda y sin manchas, te la quedas mirando a ver si no tiene cuatro estrellas y resulta ser esfera del dragón, temiendo que te caiga la bola de personajes de Toriyama para arrebatártela. En otras palabras, tanta suerte no es posible. Y sin embargo, anoche tanta suerte sí era posible. Empecé a desconfiar, a preocuparme, a esperar lo peor. Algo tenía que desentonar, escrito está. Y entonces, entonces...
Descubrí que habían comprado helado mientras yo no estaba.
Y me habían guardado mi parte.
Ahí sí se me empezó a desconfigurar todo, Diógenes, Goscinny, la Takahashi, Groening, el Chavo del Ocho; los portales a dimensiones paralelas se abrieron de golpe, y sin cobrador a la vista.
El afecto filial vino al rescate.
Reivaj y mi madre deben haber notado mi angustia, porque se las arreglaron para poner en escena un pequeño desacuerdo -aka pelear por el teléfono-. Y mi mundo volvió a equilibrarse.
Más calmada, terminé de leer el último capítulo de una serie que tenía pendiente desde las vacaciones, se llama Los Reyes Malditos. Y sí que lo eran. A veces, de pequeña, quise fulminar con la mirada a algún tío o primo. Nunca llegué al extremo de dar con ningún preparado que ponerle en su cocacola. Pero estos nobles era expertos. En eso, y en negociar a sus hijos con más facilidad que un terreno con poca plusvalía. Tengo tres hijas. Veamos, qué provecho les puedo sacar. Por un momento he recordado a Bender cuando adoptó a todos esos chiquillos...
Y doy gracias por mis papás, que con sus problemillas y todo, al menos no los he pillado tratando de planificar mi vida.
Creo.
...
Pequeña pausa comercial: No se pierda el que podría ser el espectáculo del año. Reserve sus boletos con tiempo.
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