Pesadilla
Es una cosa recurrente. A primeros de enero, yo tengo un par de pesadillas de campeonato, pero por idiotas. Se me hace que este va a ser un año medio lenteja porque las del 2006 ya se estaban tardando (como tantas otras cosas), además que han venido dosificadas (normalmente son montoneras). Hasta el año pasado creo que me pregunté si significaban algo.
Pero como me aburre esta cuestión onírica, creo que si algún sentido tienen es que ando leyendo demasiados cuentos de ogros, o que Pepsi me guarda viejos rencores por andar desprestigiándola pese a ser la única que me mantiene despierta cuando no me queda de otra.
Esta vez sí recuerdo todo el sueño, pero no lo voy a contar porque es demasiado estúpido. Bueno, ya, el que quiera comprobar las giladas de mi subconsciente, que sombree. (Dioses, hagan como que no leyeron, pero había un troll encerrado en la cocina y nadie quería escucharme que se podía escapar en cualquier momento, y yo andaba como loca buscando el número de algún museo que hiciera el favor de llevárselo. ¿La frase memorable? Yo diciéndole a mi papá: Qué no te das cuenta que tus hijos están allá afuera comentando en voz alta los partidos de la última fecha, y que sus vocecitas le suenan al monstruo ese como el cantar de la cena?). Los hermanos Grimm me demandarían si pudieran.
Antes de salir para acá encontré a los protagonistas, mis hermanos, más jóvenes que nunca, viendo tele en vez de irse a clases. Un programa deportivo.
Ya saben, esos impulsos de abrazar a la gente y decirles que los quieres, impulsos que normalmente reprimo sin contemplaciones. Ahora me quedé en la puerta, acordándome de la angustia. No necesitan saber lo tonta que es su hermana. Cómo pueden hablar tanto y tan alto, ser tan normales. Por ahí una satisfacción. Ellos que no se andan cuestionando su normalidad. Ellos que no entienden para qué me amargo cuestionándome la mía.
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