Esos bibliotecarios
Anoche por fin fui a la universidad. Anoche, se le ocurrió llover. Como me pasaron botando por la avenida principal, tuve que hacer el ascenso a ese calvario recordando la época en que estudiaba (ahora ya no son esos mis propósitos). Como es tradición, el agua baja cual catarata en el difícil camino hasta Filosofía. Pero llegué, y sin hacer escalas.
Ya ahí, a esperar a la directora. Nos despachó en un par de minutos, con las instrucciones y una copia del boceto que debemos presentar.
Como le dije a mi cómplice en este crimen, qué emoción.
*cri cri*
Mientras hacía la espera, vi algunos fantasmas del pasado. Dos profes. Uno que me caía bien, que es sociólogo pero daba antropología, y que siempre anda con un aire de alienado, de ufólogo, pero es ultra buena gente. El otro era un ser maligno que nos atormentó con lógica matemática. Me odiaba. Era mutuo. Y por supuesto, era el profesor favorito de Al.
Pero lo más increíble fue ver a alguien que ya era un highlander en mi época. Ese chico sí que tiene aguante. Nueve años yendo a clases, muchachos. Y como a pesar de que me fijé bien, no divisé ningún otro por ahí, me atrevería a decir que este es el que le bajó la cabeza a todos los demás, si no fuera porque últimamente he visto a otro de los ex-inmortales, pero en distintas circunstancias.
Claro, en eso me acordé de mi triste situación y mejor dediqué mi atención a otros asuntos. Por ejemplo, se nota que ahora los profesores están mejor organizados para sus planes malévolos. Han puesto unos letreros electrónicos que dicen cosas como Bienvenido al Santuario del Mal, etc. Pero abajo sale en letras chiquitas se les recuerda a los señores profesores que deben chequear su correo electrónico universitario... Para qué. Para nada bueno, digo yo. No tuve chance de pasar por el bar de la facultad, pero al menos ya vi a qué se refiere Claudieko cuando habla de La Canchita. Se ve simpático, pero chiquito. El Delicato sigue tan frío como sala de cirugías. Ahora sí cobran por el estacionamiento. Y las computadoras de la Asociación ya funcionan. Eso sí, el desaliento hizo presa de mí cuando vi que en el tv que les han instalado, estaban viendo Mi Recinto.
Señores, la tecnología puede irse a una esquina a pedir caridad, con esos usos.
Me acaban de informar que hoy es el Día del Bibliotecario Ecuatoriano. He conocido pocos bibliotecarios. Y he envidiado a la mayoría. Por ejemplo. La de la secundaria. Como no nos estaba permitido buscar nosotras mismas lo que quisiéramos, ella tenía que buscar lo que cada una quería. Y cuando una no iba con un pedido específico de un libro que hablara sobre tipos de hojas o el esquema atómico, si no más por curiosidad, ella te miraba un momentito y regresaba con un cuento, con poesía, con una novela. Y te decía que no importaba si tenía dibujos o no, si parecía para mayores o no, que había que leer lo que nos hiciera sentir bien y nos hiciera imaginar. Esa señora, no sé si aún esté ahí, pero sin saberlo me influyó bastante. Hasta hoy, defiendo lo que me gusta porque tengo derecho a disfrutar lo que leo/veo/escucho.
En la universidad había varias bibliotecas y todas eran abiertas, y te podías llevar las cosas semanas enteras. Todas menos una: la del departamento de idiomas, que estaba regida por un mocoso al que le pusimos el Grillo, un mocoso porque era más o menos de nuestra edad, pero más cascarrabias que Gárgamel. Si la biblio cerraba a las cinco, diez minutos antes empezaba a acomodar las sillas y apagar las computadoras. Parecía que le habían dicho que esto era uno de esos bares del viejo oeste en el que a cierta hora había que sacar a los borrachos. Solo le faltaba el látigo para botarnos. Este ser pegaba en todas las mesas cartelitos que decían que estaba terminantemente prohibido sacar los ejemplares de ese sagrado recinto, so pena de muerte tormentosa. En venganza (y porque los libros estaban bacanes), me camuflé varias veces algo que me gustara, y me lo llevé el fin de semana para leer en mi casa.
La bibliotecaria de este reino es muy buena persona, pero por allá rara vez voy porque está al otro lado del edificio y yo soy muy vaga (y esto es muy grande). Además que tengo varias víctimas a quienes les sangro sus libros de cuando en cuando.
Quizá debí haber estudiado para eso. ¿Se imaginan? Me aburriría muy a mi gusto. Y haría una pesadilla de archivo. Y me botarían a la semana.
Bueh, hasta ahí llegó soñar. Vuelvo a las minas.
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