The bus from hell
(aka, los diez minutos más largos de mi vida)
Whee. Hubo feriado. Dediqué la mañana a recuperarme de la gripe, viendo películas. Luego fui a visitar la madriguera del conejo donde, al mejor estilo de CSI, aprovechamos para inspeccionar el sitio del crimen (la salita donde casi fui apedreada en mi cumpleaños), y en medio de un montón de confeti encontramos el arma daelicida.
La piedra está a salvo, así como todas las otras evidencias que lleven a encontrar al responsable. El cartel de 'Se busca' lo pondrá el conejo junto con la respectiva recompensa, próximamente.
Como nos esperaban en otro lado, tuvimos que utilizar el único honorable medio de transporte que circula por el barrio conejil. Y como somos unas chicas con suerte, fuimos a elegir precisamente el bus que no debíamos.
Nos sentamos en la parte de atrás, sin hacer mucho ruido, y sin sospechar lo que se avecinaba. Unas dos filas más adelante, iba un grupo de amigos conversando. De repente, el viento cambió de dirección y la radio cambió de emisora sin consultarle al conductor. Dos de las chicas del grupo nos quedaron mirando, se miraron, nos volvieron a mirar, cuchichearon, se levantaron, y se vinieron a sentar justo detrás de nosotras.
Fue un asalto verbal. Resulta que nos habíamos encontrado justo con unas compañeritas de los primeros años del colegio. Sus caras se me hacían algo familiares. Recordaba el nombre de una de ellas porque íbamos en el mismo expreso, y supongo que todavía vivimos relativamente cerca. Pero por la Medusa, eso fue hace más de diez años. Qué manera de interrogar y comentar sobre la vida de gente que no estoy segura de haber conocido. Haciendo uso de su lealtad a prueba de balas, Al me abandonó frente al patíbulo y se dedicó a mirar por la ventana y a poner cara de horror de cuando en cuando.
Me tocó sonreír e intercalar monosílabos en la representación coral en que se convirtió aquella ¿conversación? Qué había hecho, qué estaba haciendo, qué pensaba hacer, qué más, qué más, qué más. Desde hoy odio esa frase. Si me estiman, no me vuelvan a decir 'qué más'. Solo ganó en recurrencia la pregunta de quién se habría casado y quién no.
He aquí como un trayecto que normalmente dura 10 minutos, puede convertirse en algo parecido a la eternidad. Debo haber preguntado dos o tres veces '¿Ya nos quedamos?'. Cuando al fin apareció como salido de un espejismo el edificio al que nos dirigíamos y, cual impulsadas por resorte, conejo y yo nos poníamos de pie, fuimos retenidas por un arpón que habría varado a cualquier ballena, no se diga a un par de inocentes roedores.
'¿Cuáles son tus planes para el futuro?'
Juro que en ese momento no me dio la más mínima vergüenza confesar que ninguno. Que no hago planes. Que esperar a que se termine este año y luego ya se verá. Y adiós porque el presente dice que ya nos toca bajarnos de esta sucursal del FBI disfrazado de línea Maranatha.
Caminamos unos metros, tratando de recuperarnos del golpe. El conejo seguía repitiendo la dichosa pregunta. Y hasta ahora no encuentro otra respuesta. Un día a la vez, por favor. Y una súplica. Que a nadie, pero a nadie, se le ocurra jamás, nunca, mencionarles la palabra blog. Por favor.
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