Por el poder de Redoxon
El viernes, la única otra persona en la oficina que tiene un escritorio más caótico que el mío, hizo limpieza. Y yo pensando, oh no, perdí mi excusa, tuve que ponerme a arreglar también. Ella es jefa, y si la jefa tiene el quiosco patas arriba, yo paso de agache, pero si ella ordena, como que quedo en evidencia.
Ni modo. Decidí organizarme a mi manera. Cerré los ojos y boté lo más que pude, sin detenerme a mirar mucho. Ahora no es que esté despejado, pero hay unos cuantos papelillos vagos, nada de qué preocuparse. Hasta el viernes esto parecerá el puesto de un redactor normal.
Es que una cosa es parecer y la otra ser. Los redactores normales, creo yo, pueden respirar tranquilamente. Yo estoy me ahogo, con doble suéter, mientras suspiro pensando en que quizá, quizá, pueda no venir mañana, y quedarme reponiéndome de la malhadada gripe.
Pero como el mundo es cruel, capaz que me toca venir de todas formas. Y como yo soy terca, en vez de irme temprano a tomarme mi Redoxon que no me cura pero al menos me permite amagar con la conciencia tranquila que sí estoy cuidando de mi salud, me iré a no se dónde que me invitaron. Ah ya. El salón de pintura al que todos los años voy a que me apachurren y a ponerme de puntillas para alcanzar a ver algo.
¬¬ No se rían. Ya los quisiera ver en mi lugar.
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