Escaramuzas
Las reuniones familiares son un peligro. Se escucha cada cosa. Se ve cada bicho.
*escalofríos*
Ahora sé lo que sienten los animales cuando ven acercarse un carro con luces intensas en plena carretera. Estuve a punto de ser atropellada, y estampada en el suelo por una entidad antropomorfa de imaginación épica que pretendía embarcarme en una historia digna de Dante (al menos en lo que a mí respecta), y asignarme un décimo círculo infernal, inventado exclusivamente para mí.
Por supuesto, tuve que disentir.
Esquivé un amigo, dos meros conocidos, tres de esas señoras a las que llamas tías, aunque en realidad no lo sean, y conseguí atrincherarme en mi cuarto. Después de arrimar cuanto pude contra la puerta, me di cuenta que todo estaba patas arriba. Quiero decir, más que de costumbre. Parece que el estante este donde puse esos atlas con vocación de lápidas, dijo no va más, y se fue abajo. Los libros estaban en el suelo. Apareció mi título, y muchos de mis papeles universitarios y fotos de la época del colegio. Destruí todo lo que me pareció incriminatorio. No pude encontrar mi cepillo de dientes y acusé hasta a los gatos.
Ya me disponía a dormir... Ok, respetemos el canon, dormía a pierna suelta, cuando una amiga que sabía que era mi deber terminar con ese asunto del concurso, me envió un mensajito recordatorio. Camino al Gólgota hasta la una de la mañana. Por suerte atormenté a un par de criaturas hasta esas horas, y así me mantuve despierta. Ah, la magia de la mensajería celular.
Y claro, hoy ignoré la alarma y llegué tarde. El orco me quiere matar. Recién le estoy dando esa información, y me siguen llegando paquetes. Lo siento tanto. Ya les dije que hasta ayer era el plazo.
Hablando de plazos, el abuelo ayer cumplió 87 años. Hoy le hacen la fiesta. Está bravísimo porque él no quería nada. Al menos eso dice. Ahí me tocará sumergirme nuevamente en el inframundo de la parentela. Dios se apiade de mi alma.
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