agosto 21, 2006

El fin de una era

El sábado oficialmente perdoné a mi madre por un crimen cometido hace unos quince años.

Recuerdo muy bien los berrinches que tenía que hacer para que mi papá me comprara esas novelas de aventuras de una editorial que ahora ya no existe (o al menos eso creo) y que se llamaba Oveja Negra. El caso es que tenía varias de esas, y eran parte de mis posesiones intocables. O lo fueron, hasta que un día que no estuve ahí para protegerlas, llegó alguien pidiendo libros y revistas viejos para la gente que se aburre en los hospitales.


Ok. Quizá era una buena causa.

Y quizá sí, mis libros estaban algo viejos y maltratados.


Pero eso no le daba ningún derecho a la matriarca del clan para agarrar justamente esos y no otros, y entregarlos así nada más.

Ahí se fueron La isla del tesoro, La cabaña del tío Tom, Sandokán y sus enredos pirateando por Malasia, y otros que creo que contribuyeron bastante a (de)formar a la Dael que existe hoy.

Lo usual es que yo haga puchero, me deprima y me vaya a rumiar mis tristezas por los rincones. Pero por esa vez sentí que la ofensa había sido demasiada como para un luto común y corriente. Le exigí a mi madre, ese día y muchos otros, que fuera a recuperarlos ella misma, ya que no le había dado pereza entregarlos.

Lo que más me indignaba es que todo el mundo, o me aconsejaba filosófica resignación (como mi padre), o se lo tomaba a risa (como el resto de la parentela). Para mí no era nada gracioso. Lo único que se salvó de la catástrofe fue un Viaje al centro de la Tierra que, aunque destartalado y vuelto a pegar y forrar montones de veces, sobrevive.

No olvidé. Mi mamá tenía una cuenta pendiente conmigo, y cada cierto tiempo, en especial durante sus ataques de Yo, el poder, todo es mío y nadie toca mis cosas, tenía especial gusto en hacerle memoria del triste incidente, para verla poner en escena sus tácticas evasivas.

Con el tiempo he recuperado todos los libros perdidos menos uno, Matar un ruiseñor. Y por eso nada entre nosotras podía ser igual. Hasta el sábado, que quedé en esperar a alguien en la única librería decente que hay más o menos cerca de mi ratonera, y me puse a buscar algo sobre fósiles, que necesitaba para mi trabajo. Lo encontré, y como sé que no debo gastar la plata que ha de ser depositada en los altares de la transportación pública y la comida chatarra, me propuse mirar, nada más.

Y entonces fue cuando decidí que quizá a mi madre se le podía otorgar clemencia, después de todos estos años. Ahí estaba, en una edición completamente distinta a la que yo tuve, con una foto de Gregory Peck en la versión que se hizo para el cine, y la cual confieso que nunca he visto.


Eso, sumado a que:


por fin vi a Jack Sparrow en un duelo de frutas tropicales en pantalla de cine (los comentarios a eso no entran aquí, excepto poor poor Will Turner),

a que me he reído hasta las lágrimas por motivos y personajes varios,

a que a pesar de que me lo propuse no moví ni un dedo en pro de adelantar trabajo,

a que aunque me hicieron acuerdo, no leí los periódicos,

y a que me regalaron mi propio frasco con tierra, lo cual me ha hecho sentirme algo pirata...


... No me deja mucho de qué quejarme. Tranquilo pero productivo. Dos buenos fines de semana en fila. Así fueran todos.


El sector desconfiado de mi cerebro entra en actividad.


Thesaurus

Idealismo: Asunto que requiere tiempo y energía. Yo no tengo.

Al momento

  • Fragile Things, N. Gaiman