Imaginarlo todo
Es medio día, y la oficina está desierta. La semana pasada, como esta, salió a punta de improvisación, de veamos qué pasa. Por lo que parece, esta será igual. Y no hablo solo de mí. Noto que la actitud se replica en otras personas, en otras áreas de este reino. Armemos ahí un plan general, que luego pensaremos en los detalles. Y todos contentos.
Me maravillo de que hay a quien le maraville que cada semana acá nos inventemos un cuento nuevo del cual vivir (¿de qué cuento vive usted hoy?, es una frase que creo que me ha marcado). Porque -hasta cierto punto-, inventar es mi trabajo, y por eso puedo pedir con la conciencia tranquila que La Espontaneidad me acompañe. A veces tenemos algo ya establecido y a media semana lo cambiamos. En un par de ocasiones, el mismo viernes. A la noche.
Lo que se me hace raro que eso se aplique en otras secciones, en teoría serias. Me explico. El domingo ese aciago en que se decida a qué gato le ponemos el cascabel, andaré por ahí deambulando con mi identificación a cuestas, reporteando. Pero reportear es una palabra que necesita delimitarse. Haciendo qué, es la gran pregunta que nos formulamos, si se me permite citar los comentarios de mis compañeros de infortunio.
(¿Será que lo dejan a nuestro criterio? ¿Qué no tendremos ejes? ¿Que en realidad no hemos adoptado postura alguna, y que seremos libres e independientes y...?)
La verdad es que sí imagino lo que se espera de nosotros, porque ya ha tocado hacerlo antes. El problema es que, en tareas como esta, no cuadra que le andemos dando tanto mérito a la imaginación. Porque así la situación no promete. Esperábamos planificación, puntualidad, queremos esto y esto; tú te encargas de esto y tú de lo de más allá. Pero, para empezar, ya nos advirtieron que -¡oh sorpresa!- los señores oficiales pueden no mostrarse comprensivos a las justificaciones que a regañadientes nos otorgue el honorable tribunal electoral, así que será mejor que me vaya con cuidado.
Estoy pensando en ir a votar tarde. Así, si me retienen, al menos ya no me tocará quedarme mucho rato. Creo.
Mi gurú, el que deberá guiarme en lo que debo y no debo hacer, aún no se pronuncia. De modo que lo mejor que podré hacer es conseguirme un mapa de las parroquias de la ciudad, localizar mi zona y cruzar los dedos para que el mismo clima relajamiento que ahora me rodea, impere ese día. También hay que estar agradecidos de que no nos hayan tomado en cuenta para seguir a algún político determinado, que eso de perseguir a Alvarito no se lo deseo yo ni a mi ex profesora de la guía de tesis. No sé si soportaría percibirlo nuevamente, prosternándose antes de votar, inundando la salita del colegio de construcción mixta donde está asignado, gastando minutos de grabación con su cháchara inconsistente.
En casa no se pierden una entrevista, un debate. Cada semana quieren votar por alguien distinto. Al menos ya he conseguido que me prometan que no votarán por... Bueno, por ese. Pero eso no me calma. Me paseo como rata de laboratorio imaginándome (ahora sí está permitido) cómo será si gana este, si el otro. Y me invade un asco electoral que me obliga a mantener el televisor apagado, y volverme a la ficción a ver si ahí el aire se respira más fresco, y si el cosmos recupera sentido.
Pero eso no me ayudará el quince. ¿O será que se me hace más soportable tomarlo como si fuera otro cuento?
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